Cuando me levanto
por la mañana, todos los días, la encuentro sentada en su sofá mirando por la
ventana. Muy concentrada, como si estuviera imaginando cómo sería su vida en la
calle.
Cuando siente que
estoy detrás, entonces, me mira. Yo creo que pensará algo así como, ya está
esta pesada aquí otra vez, voy a hacerle la pelota a ver si me da una de esas
latitas de gourmet que tanto me gustan.
Porque no penséis
que mi gata come cualquier cosa, no. Alguna vez le he intentado dar un trocito
de jamón, o de croqueta, cualquier cosa que yo creo que le encantaría si
tuviera la decencia de probarla. Pero ella me mira, me mira, y piensa algo así
como: ¿pero tú que te crees?, ¿que me voy a comer tus sobras manoseadas y
llenas de babas como si no tuviera nada más en la vida? Yo quiero mis latitas.
Entontes es
cuando yo me enfado, la maldigo hasta la eternidad y le doy su latita de
princesa.
Otras veces,
cuando el silencio reina en la casa, y
estas convencidísima de que no hay nadie más que la ausencia y mis peces
mirándome, ella aparece, de la nada, se sienta y te observa.
Siempre está observándote.
Es uno de sus hobbies. Yo creo que algún día nos sorprenderá y empezará a
hablar. Creo que es una de las cosas que le faltan.
Pobre de mí,
ingenua de la vida, que creí a todas aquellas personas que me decían que los
gatos eran super simpáticos, agradables, cariñosos, etc. Porque sé que los
habrá, y que los gatos de todas estas personas serán así, pero la vida, dichosa
de ella, ha preferido que la mía no sea así de maja.
Mi gata prefiere
tomar el sol, dormir, correr por la casa, arañar el sofá, y los marcos de las
puertas, y echar toda la arena de su arenero fuera, prefiere, ir a su bola.
Hay momentos a lo
largo del día en los que está amigable, me explico, en los que está tan
sumamente dormida y perezosa que deja que le hagas casi lo que quieras.
Ahí es cuando yo,
muy lista, aprovecho y la estrujo, la manoseo, la mimo, le doy besitos y oso
pensar que quizá, en lo más remoto de su profundo y pequeño corazoncito, pudiera
existir un hueco para mí.
Pero esto dura
bien poco, y con mi gozo en un pozo empiezo a oir algo parecido al motor de un
tractor, o de una moto que no acaba de arrancar, noto las vibraciones en el
cuello de mi gata.
Me está avisando
de que ya se ha despertado, de que está pensando: em, ¿se puede saber qué estás
haciendo?
Entonces se
levanta y vuelve a su sofá. Es curioso porque le encanta echarse la siesta con
mi madre, quien pasa de ella más que nadie en la casa.
Y cuando las
pillo durmiendo, mi gata abre los ojos me mira y sé que piensa, ves, pasa de mi
y te querré más.
Nunca entenderé a
mi gata, ella se llama Milka.
Es preciosa :)
ResponderEliminar