viernes, 25 de enero de 2013

A veces me pregunto en qué pensara mi gata.


Cuando me levanto por la mañana, todos los días, la encuentro sentada en su sofá mirando por la ventana. Muy concentrada, como si estuviera imaginando cómo sería su vida en la calle.
Cuando siente que estoy detrás, entonces, me mira. Yo creo que pensará algo así como, ya está esta pesada aquí otra vez, voy a hacerle la pelota a ver si me da una de esas latitas de gourmet que tanto me gustan.
Porque no penséis que mi gata come cualquier cosa, no. Alguna vez le he intentado dar un trocito de jamón, o de croqueta, cualquier cosa que yo creo que le encantaría si tuviera la decencia de probarla. Pero ella me mira, me mira, y piensa algo así como: ¿pero tú que te crees?, ¿que me voy a comer tus sobras manoseadas y llenas de babas como si no tuviera nada más en la vida? Yo quiero mis latitas.
Entontes es cuando yo me enfado, la maldigo hasta la eternidad y le doy su latita de princesa.

Otras veces, cuando el  silencio reina en la casa, y estas convencidísima de que no hay nadie más que la ausencia y mis peces mirándome, ella aparece, de la nada, se sienta y te observa.
Siempre está observándote. Es uno de sus hobbies. Yo creo que algún día nos sorprenderá y empezará a hablar. Creo que es una de las cosas que le faltan.
Pobre de mí, ingenua de la vida, que creí a todas aquellas personas que me decían que los gatos eran super simpáticos, agradables, cariñosos, etc. Porque sé que los habrá, y que los gatos de todas estas personas serán así, pero la vida, dichosa de ella, ha preferido que la mía no sea así de maja.

Mi gata prefiere tomar el sol, dormir, correr por la casa, arañar el sofá, y los marcos de las puertas, y echar toda la arena de su arenero fuera, prefiere, ir a su bola.
Hay momentos a lo largo del día en los que está amigable, me explico, en los que está tan sumamente dormida y perezosa que deja que le hagas casi lo que quieras.
Ahí es cuando yo, muy lista, aprovecho y la estrujo, la manoseo, la mimo, le doy besitos y oso pensar que quizá, en lo más remoto de su profundo y pequeño corazoncito, pudiera existir un hueco para mí.
Pero esto dura bien poco, y con mi gozo en un pozo empiezo a oir algo parecido al motor de un tractor, o de una moto que no acaba de arrancar, noto las vibraciones en el cuello de mi gata.
Me está avisando de que ya se ha despertado, de que está pensando: em, ¿se puede saber qué estás haciendo?

Entonces se levanta y vuelve a su sofá. Es curioso porque le encanta echarse la siesta con mi madre, quien pasa de ella más que nadie en la casa.
Y cuando las pillo durmiendo, mi gata abre los ojos me mira y sé que piensa, ves, pasa de mi y te querré más.

Nunca entenderé a mi gata, ella se llama Milka.



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